A notícia, lida na versão electrónica do jornal “El perodico”, da Catalunha, reza assim:
“Colillas directas al suelo
La multa de 90 euros a un joven por tirar un cigarrillo en Barcelona abre un debate sobre la aplicación de las normas
Millones de restos de pitillos yacen sobre el pavimento
Si la maquinaria sancionadora del Ayuntamiento de Barcelona alcanzara a multar a todo el que lanza una colilla directa al suelo, las arcas municipales tendrían más fondos que el mítico tesoro de El Dorado. Pero está claro –a falta de que se faciliten datos al respecto– que el volumen de sanciones por este concepto debe ser anecdótico, a juzgar por la alfombra de millones de restos de cigarro que (des)lucen muchas calles barcelonesas.
La polémica saltó ayer a la calle cuando EL PERIÓDICO informó del caso de un joven de 21 años que el jueves fue multado por tirar una colilla a la acera antes de entrar en un taxi en el barrio de Horta. El importe a abonar, 90,15 euros, fue tan doloroso como el trato recibido –tuvo que acompañar a dos agentes a su coche patrulla «como un delincuente»–, se quejó. Pese a lo aparatoso del procedimiento, la concejala de Seguridad, Assumpta Escarp, se apresuró a aclarar que no fue cosa de un exceso de celo del agente, sino que el ayuntamiento ha declarado la guerra a estas actitudes prohibidas por normativa. Más allá de perseguir la venta ambulante, el consumo de alcohol en la calle, el vandalismo y otros actos más vistosos, Escarp está dispuesta a que las reglas se cumplan también en materia de limpieza y civismo cotidiano, como mandan expresamente las ordenanzas de 1998 y del 2005.
La mano dura no solo apunta a los fumadores, sino a los que tiren chicles, escupan o ensucien de cualquier modo la vía pública. No obstante, el asunto de la colilla abrió ayer un debate polarizado entre los fumadores y los no fumadores.
«Me parece bien que multen porque no hay más que mirar al suelo para ver lo grave que es el tema de las colillas, una guarrada», apuntó Carmen Sierra. Algún otro viandante comulgaba con su tesis, pero el grueso de encuestados ayer consideraba desproporcionado el castigo, que puede ir, ordenanza en mano, hasta los 450 euros, mientras que colarse sin billete en el metro, por ejemplo, está penado con 50 euros. «Bastantes problemas tiene la ciudad como para perseguir las chorradas», opinaba Luis, un paseante, fumador habitual. Otro señalaba a un carril bici invadido de coches y furgonetas paradas sin un solo Guardia Urbano a la vista y a un ciclista rodando temerariamente por las aceras como «cosas más urgentes» que solucionar en Barcelona.
En medio de la variedad de opiniones, sin embargo, se escuchaba un reproche casi constante:«faltan ceniceros». Ciertamente, son escasas las papeleras que lo llevan adosado, y menos aún los que no están llenas o en buen estado. La situación es especialmente grave en zonas muy concurridas, como el centro, o con mucha oferta comercial. Ante las tiendas, las aceras se convierten en un gigantesco cenicero, donde los dependientes que salen a fumar o los compradores que apuran la última calada antes de ir de compras pisotean sin rubor lo que queda del cigarro.
El terror de la limpieza
Un sufrido operario de limpieza que ayer luchaba, escobón en mano, contra un ejército de colillas en el paseo de Gràcia, constataba que estos minúsculos desechos son el terror de la suciedad urbana. Omnipresentes, abundantes y resucitados a diario, sea por incivismo o por falta de ceniceros. «Hay por todas partes y son difíciles de recoger», se quejaba. Pese a que el consistorio introdujo hace años una máquina para despegar chicles del suelo, en Barcelona no hay aspirador específico para este residuo que fácilmente se cuela en rendijas y se amontona ante las fachadas y en los alcorques de los árboles.
El trabajador, cigarro en mano, confesaba que no siempre apaga los suyos en el capazo. Pero si van al suelo, al menos su escoba barre el rastro. «Son una lata y barrerlas nos quita mucho tiempo pero hay tantos fumadores que las multas no servirán de nada si no ponen más ceniceros junto a las tiendas y en las papeleras», apuntaba otra barrendera resignada, peleándose también con las volátiles hojas caídas de los árboles, las únicas que en cantidad superan a las colillas.
Tras varios años de mensajes proecológicos, a pocos se les ocurre lanzar papeles al suelo. Para los cigarrillos, de momento se apuntará a la cartera del infractor.”
A isto acrescente-se que eu mesmo ouvi ou li, há bem uns 20 anos, que em Lisboa eram recolhidas duas toneladas de pontas de cigarro diariamente. Isto bem antes de ser proibido fumar em locais fechados!
Claro que a pergunta que se põe, lá como cá, é:
Quem queira ter atitudes cívicas e não atirar as beatas para o chão, onde as pode pôr?
Texto: in elperiodico.com
Imagem: by me
“Colillas directas al suelo
La multa de 90 euros a un joven por tirar un cigarrillo en Barcelona abre un debate sobre la aplicación de las normas
Millones de restos de pitillos yacen sobre el pavimento
Si la maquinaria sancionadora del Ayuntamiento de Barcelona alcanzara a multar a todo el que lanza una colilla directa al suelo, las arcas municipales tendrían más fondos que el mítico tesoro de El Dorado. Pero está claro –a falta de que se faciliten datos al respecto– que el volumen de sanciones por este concepto debe ser anecdótico, a juzgar por la alfombra de millones de restos de cigarro que (des)lucen muchas calles barcelonesas.
La polémica saltó ayer a la calle cuando EL PERIÓDICO informó del caso de un joven de 21 años que el jueves fue multado por tirar una colilla a la acera antes de entrar en un taxi en el barrio de Horta. El importe a abonar, 90,15 euros, fue tan doloroso como el trato recibido –tuvo que acompañar a dos agentes a su coche patrulla «como un delincuente»–, se quejó. Pese a lo aparatoso del procedimiento, la concejala de Seguridad, Assumpta Escarp, se apresuró a aclarar que no fue cosa de un exceso de celo del agente, sino que el ayuntamiento ha declarado la guerra a estas actitudes prohibidas por normativa. Más allá de perseguir la venta ambulante, el consumo de alcohol en la calle, el vandalismo y otros actos más vistosos, Escarp está dispuesta a que las reglas se cumplan también en materia de limpieza y civismo cotidiano, como mandan expresamente las ordenanzas de 1998 y del 2005.
La mano dura no solo apunta a los fumadores, sino a los que tiren chicles, escupan o ensucien de cualquier modo la vía pública. No obstante, el asunto de la colilla abrió ayer un debate polarizado entre los fumadores y los no fumadores.
«Me parece bien que multen porque no hay más que mirar al suelo para ver lo grave que es el tema de las colillas, una guarrada», apuntó Carmen Sierra. Algún otro viandante comulgaba con su tesis, pero el grueso de encuestados ayer consideraba desproporcionado el castigo, que puede ir, ordenanza en mano, hasta los 450 euros, mientras que colarse sin billete en el metro, por ejemplo, está penado con 50 euros. «Bastantes problemas tiene la ciudad como para perseguir las chorradas», opinaba Luis, un paseante, fumador habitual. Otro señalaba a un carril bici invadido de coches y furgonetas paradas sin un solo Guardia Urbano a la vista y a un ciclista rodando temerariamente por las aceras como «cosas más urgentes» que solucionar en Barcelona.
En medio de la variedad de opiniones, sin embargo, se escuchaba un reproche casi constante:«faltan ceniceros». Ciertamente, son escasas las papeleras que lo llevan adosado, y menos aún los que no están llenas o en buen estado. La situación es especialmente grave en zonas muy concurridas, como el centro, o con mucha oferta comercial. Ante las tiendas, las aceras se convierten en un gigantesco cenicero, donde los dependientes que salen a fumar o los compradores que apuran la última calada antes de ir de compras pisotean sin rubor lo que queda del cigarro.
El terror de la limpieza
Un sufrido operario de limpieza que ayer luchaba, escobón en mano, contra un ejército de colillas en el paseo de Gràcia, constataba que estos minúsculos desechos son el terror de la suciedad urbana. Omnipresentes, abundantes y resucitados a diario, sea por incivismo o por falta de ceniceros. «Hay por todas partes y son difíciles de recoger», se quejaba. Pese a que el consistorio introdujo hace años una máquina para despegar chicles del suelo, en Barcelona no hay aspirador específico para este residuo que fácilmente se cuela en rendijas y se amontona ante las fachadas y en los alcorques de los árboles.
El trabajador, cigarro en mano, confesaba que no siempre apaga los suyos en el capazo. Pero si van al suelo, al menos su escoba barre el rastro. «Son una lata y barrerlas nos quita mucho tiempo pero hay tantos fumadores que las multas no servirán de nada si no ponen más ceniceros junto a las tiendas y en las papeleras», apuntaba otra barrendera resignada, peleándose también con las volátiles hojas caídas de los árboles, las únicas que en cantidad superan a las colillas.
Tras varios años de mensajes proecológicos, a pocos se les ocurre lanzar papeles al suelo. Para los cigarrillos, de momento se apuntará a la cartera del infractor.”
A isto acrescente-se que eu mesmo ouvi ou li, há bem uns 20 anos, que em Lisboa eram recolhidas duas toneladas de pontas de cigarro diariamente. Isto bem antes de ser proibido fumar em locais fechados!
Claro que a pergunta que se põe, lá como cá, é:
Quem queira ter atitudes cívicas e não atirar as beatas para o chão, onde as pode pôr?
Texto: in elperiodico.com
Imagem: by me
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