“...
Durante décadas
pictoralistas y puristas se enzarzaton en violentos debates sobre la
legitimidad del retoque, pero el comercio, que no entiende más que de la
satisfacion del cliente tradicida en benificio económico, no veía reparo alguno
en valerse de um recurso híbrido que procedía del debujo o de la pintura. Lo
paradójico – y tambiém lo más interesante – era la absoluta nesesidade de su
camoflaje, resumido en la máxima de que “un buen retoque es el que no se nota”,
porque un retoque mal ejectuado nomitigaba los defectos de un rosto sino que
atraía la etención hacia ellos y por tanto los acrescentaba. Es comprensible,
en consecuencia, que esta clase de prática fuera tan denostada por los
puristas, porque significaba la incursión contaminante de un recurso estraño al
medio, como también por los picturalistas, porque se trataba de una
intervención pictórica no asimida, bastarda, que se avergonzaba de sí misma.
...”
Texto: in “El beso de
Judas, fotografía y verdad” de Juan Fontcuberta, 1997
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